viernes, 20 de noviembre de 2009

Microrrelato


Después de saber que tenía que escribir un microrrelato me empezó a parecer que cualquier momento de la vida cotidiana sería perfecto, es decir escribir sobre un atasco en la autovía, una clase aburrida, una cena con las amigas...etc. Total, que veía posibles microrrelatos por todas partes y en todas las circunstancias.
Pero claro, tuve que decantarme por uno...

Hace ya algún tiempo tuve la extraña experiencia (si es que se puede llamar así) de estar sola en una clase en la que se supone que debíamos ser como mínimo 14 personas, y la verdad es que no se la recomiendo a nadie.
Esperaba sentada en la clase a que mis compañeros llegasen y decidí ponerme a leer, pero cuando quise acordar entró por la puerta el profesor, miré hacia atrás pero allí no había ni el gato.
Y sí, yo era esa tonta que estaba sola en la clase. En ese instante comenzaron a pasar por mi cabeza miles de opciones con una rapidez alucinante...¡que poderosa es la mente humana!, claro, quería evitar por todos los medios la situación que estaba viendo venir...Y ya dicen que en las peores circunstancias nuestro cerebro reacciona.
Entre tanto el profesor ya estaba sentado en su mesa, con sus apuntes listos para ser dictados y con un bolígrafo en las manos. Levanté la cabeza y lo miré como preguntándole ¿qué hacemos?
Él parece ser que lo tenía claro, daría la clase.
Lo mejor de todo es que los dos sabíamos que no era la situación más normal para dar la clase, con un sólo alumno, pero hizo como si la clase estuviese llena....qué cosas....
Y comenzó a explicar sin más.
En ese momento comienza tu odisea.....no sabes a donde mirar, como sentarte...Y el profesor la verdad es que tampoco....que situación más incomoda, y claro ¿qué haces?: ¿Coges apuntes?, ¿Asientes con la cabeza mirando para otro lado?, ¿Lo miras?...etc.
Llegó un momento de aburrimiento entre tanta explicación y me dio por analizar la actitud del susodicho: el pobre me miraba a veces, miraba por la ventana, carraspeaba....todo esto sin parar de explicar.
¡Atención!, hizo una pausa y pensé que seguro ya nos íbamos, que era el momento en el que yo intervenía preguntando algo tipo «¿mejor nos vamos ya y continuamos otro día con los compañeros?».
Pero no me dio ni tiempo, enseguida me pidió que hiciese unas actividades y claro en ese momento de desesperación que no me salían las palabras, no sé si por timidez, en vez de hablar utilicé un lenguaje gestual que sirvió de poco. El profesor no me hizo ni caso cuando resoplé por lo bajini, arqueé las cejas, me estiré en la silla...Intentaba decirle que estaba cansada, aburrida, que me quería ir.
Más adelante hubieron dos o tres simulacros más de huída como este en los que siempre me ilusionaba con irme, pero no.
Me empezaba a sentir más incomoda de lo normal, incluso nostálgica. Echaba de menos los pequeños detalles que hacen una clase de dos horas más llevadera: hablar con el compañero, reirse, o simplemente desconectar y viajar un rato entre pensamientos.
No podía hacer nada de eso y para colmo me sentía algo ridícula. ¡Qué agobio!, no veía el momento de acabar!
Hice los ejercicios resignada, a ver si estos eran mi pasaporte para salir de la clase. Y lo fueron, porque una vez hechos y corregidos me preguntó el profesor: «¿Qué hacemos ahora?». Y yo en ese momento lo tuve muy claro y le contesté sin más que irnos.
Como moraleja de todo esto he sacado que a partir de ahora espero la siguiente clase en el pasillo.....

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